CULTURA DE BAÑOS

Las familias adineradas eligieron Benicassim para veranear por la tranquilidad y querer criar bien a sus hijos. Los efectos saludables del mar eran el aliciente. Julio era el mes del aire y se dedicaba a disfrutar de excursiones al campo y de las virtudes de la brisa marina. Agosto significaba el relax, las soirées y los encuentros sociales y, el mes de septiembre, se vivía para las fiestas, coincidiendo con que el municipio celebraba los festejos en honor al patrón de la parroquia, Santo Tomás de Villanueva.

Durante las estancias en Benicàssim era imprescindible disfrutar de los baños de mar. Además siempre con rituales muy al uso del momento. El cuerpo debía estar descansando y sin sudor y sin haber comido hasta 3 horas antes. Los doctores aconsejaban un buen chapuzón brusco y hasta sumergir la cabeza (cosa que no gustaba a las señoras). Los baños no debían superar los 5 minutos para los niños y personas con debilidad; ni 10 minutos para los más atrevidos. Los menores de 3 años solo debían tomar baños de ola. Y, sin lugar a duda, los galenos aconsejaban que, la mejor hora para bañarse eran las 11 de la mañana.

Con esas premisas, los turistas se ataviaban de los más estrafalarios trajes de baño en un intento de vestirse pero sin ir vestidos, con todo el pudor del mundo.

Sin embargo, las más jóvenes encontraban de lo más sugerente y divertidas las tardes marítimas e invocaban a la luna a orillas del mar para tratar de adivinar el nombre de su futuro amado.

De moda se puso también la denominada “Novena de baños” que, desde el solsticio de verano en la noche de San Juan, marcaba los momentos ideales para disfrutar de los mejores baños de mar.